Respirar con ellos

Desde mis inicios como profesional de la medicina escuche a mis maestros decir no te involucres emocionalmente con tus pacientes, y así lo hice hasta que tuve que trabajar como intensivista por cinco años en Italia como médico personal de un solo paciente, y pues emocionalmente lo apreciaba casi como si fuera de mi familia, mi padre, que muy lejos estaba, esto cambio mi forma de relacionarme con los pacientes, sí entiendo que uno puede perder la objetividad, pero la medicina se la goza por la relación humana que uno establece con ellos. Quiero decirles a los terapeutas, en especial a los jóvenes que sepan que dentro de los valores importantes en la actividad medica está el contacto humano, la comunión con sus problemas y dolencias y que sin perder el profesionalismo podemos llegar a tocarles su corazón:


La primera vez que te dicen “no te involucres”, uno asiente como quien recibe una vacuna. Te la inoculan en la escuela, en el pasillo del hospital, en la guardia larga. Te dicen que la distancia es higiene emocional, que así no duele. Y sí: a veces funciona. O eso creemos.
Hasta que un día el destino te sienta al lado de una sola cama durante meses. Aprendes el ritmo secreto de un cuerpo que lucha: el silbido apenas audible antes del broncoespasmo, la pausa mínima donde el diafragma titubea, la primera mirada de miedo cuando la máscara se acerca. Aprendes a leer a un ser humano como se lee el mar: por las olas visibles y por las corrientes que nadie ve. Y, sin darte cuenta, empiezas a quererlo. No como paciente. Como persona.


A los terapeutas respiratorios jóvenes —que llegan con los tenis limpios y la mirada encendida— quiero decirles algo que nadie me dijo a tiempo: la medicina también se goza. Se goza en el pequeño milagro de un SpO₂ que asciende después de ajustar un flujo, en el alivio que trae la humidificación correcta, en el silencio nuevo de un pecho que por fin descansa. Se goza cuando la técnica y la ternura se dan la mano.
No, no se trata de convertir el hospital en un altar del sentimiento. Se trata de recordar que el aire que ustedes ayudan a entrar también trae historias adentro. Que cada cánula, cada circuito, cada parámetro, cuelga de una biografía: una mujer que canta boleros, un jardinero que aprendió los vientos, un abuelo que enseña a su nieta a inflar un globo sin marearse. Respirar es humano antes que clínico. Y ustedes, más que nadie, son custodios de ese puente.
Van a escuchar muchas veces que “involucrarse hace perder objetividad”. Yo aprendí otra cosa: involucrarse bien te la afina. El compromiso no es confusión. El afecto no es imprudencia. Se puede sostener una mano y, a la vez, sostener el criterio; se puede mirar a los ojos y no soltar la guía; se puede escuchar un miedo y seguir el protocolo. La cercanía verdadera no borra los límites: los ilumina.
Habrá noches en que el ventilador será un metrónomo y ustedes, el director de una orquesta invisible. Nadie aplaude esos conciertos, pero cuando amanece y el paciente sigue con nosotros, la música queda flotando en la UCI. Habrá días en que el cuerpo no alcance; entenderán entonces que equipo no es una palabra, es una forma de respiración colectiva: anestesia, enfermería, medicina, terapia respiratoria, todos latiendo al mismo compás. Y habrá veces —pocas, ojalá— en que tocarán el borde de la impotencia. Ahí también hay humanidad: en decir “no puedo solo”, en pedir ayuda, en cuidarse para poder cuidar.


No olviden los rituales pequeños. Ajustar una almohada para que el cuello no pelee con la cánula. Avisar antes de tocar: “voy a acomodarte el circuito, te acompaño”. Presentarse por su nombre como si fuera la primera vez, porque para el paciente lo es cada mañana. Preguntar qué música le calma, y si la política del servicio lo permite, ponerla bajito mientras se adapta al flujo alto. Esos gestos no salen en los libros, pero sostienen mundos.
Conozcan su arte. Conózcanlo al detalle. Sean rigurosos con los checklists, implacables con la seguridad de los medicamentos, tercos con la capnografía y las alarmas bien puestas. La compasión sin pericia es un deseo; la compasión con pericia es un acto. La técnica es la manera adulta que tiene.


De dónde nace esto? de una lectura que se publicó ayer y me hizo recordar mi experiencia de hace muchos años: Un pedazo de mi mente: Amigos.


Dra. Rebecca A. Snyder, MPH, JAMA, Publicado en línea: 16 de octubre de 2025 doi: 10.1001/jama.2025.18663


….”No estoy sugiriendo que podamos o debamos hacernos amigos de todos nuestros pacientes, y aprecio que hay momentos, especialmente en el quirófano, en los que puedo cuidar mejor a los pacientes manteniendo la distancia profesional y la neutralidad. Pero al final, esto sí lo sé: me gustaría ser su amiga. Para mí, eso no es preocuparse demasiado, sino lo justo.”
y en base a ello una historia para Uds que empiezan su vida en el trabajo medico…