“Respirar entre los Escombros”

Era un jueves de septiembre en la Ciudad de México. El reloj marcaba las 13:17 cuando la tierra rugió con fuerza, sacudiendo todo a su paso. El Hospital de Especialidades, un centro reconocido por su atención neonatal comenzó a temblar. En la Unidad de Terapia Intensiva Neonatal, la joven terapeuta respiratoria Guadalupe (Lupita), apenas en sus 30 años, ajustaba los parámetros del ventilador de un prematuro de 32 semanas.

El estruendo fue ensordecedor. Las paredes crujieron. Gritos. Caos. Oscuridad.

En menos de dos minutos, una parte del hospital colapsó. La estructura de la torre pediátrica se vino abajo. Lupita fue lanzada contra una columna y quedó atrapada bajo una repisa metálica. Su pierna sangraba. El dolor era intenso. Pero no perdió el conocimiento. Lo único que cruzaba su mente era una cosa: los recién nacidos.

A ciegas, arrastrándose entre el polvo y el concreto, logró liberarse. El oxígeno se volvía escaso. El aire olía a yeso, humo y miedo. Entre las ruinas, encontró la incubadora de la pequeña Valeria, una bebé de 29 semanas, con apenas un kilo de peso. La máquina había dejado de funcionar.

Con sus propias manos, Lupita comenzó a ventilarla manualmente con un resucitador. A pesar del dolor en su cuerpo, siguió con la bolsa de aire, manteniendo con vida a la pequeña mientras buscaba otra salida. A su alrededor, otros bebés lloraban débilmente. Algunos estaban cubiertos de polvo, otros aún dentro de sus incubadoras colapsadas.

Durante casi cuatro horas, Lucía fue rescatando uno a uno, desactivando alarmas, cargando con cuidado a los prematuros entre los escombros. Aunque cojeaba y tenía fracturado el brazo izquierdo, su instinto y vocación superaron el dolor. Usó vendas improvisadas, compartió su suero, cantó suavemente para calmar los llantos.

Finalmente, cuando los rescatistas lograron llegar, hallaron a Lupita rodeada de cinco recién nacidos, todos vivos, cubiertos con su propia bata para protegerlos del polvo. Ella seguía ventilando a Valeria, ahora con las manos temblorosas.

Fue evacuada con aplausos, lágrimas y una ovación espontánea de quienes presenciaron su heroísmo. En los días siguientes, su historia se difundió como símbolo de entrega, amor por la vida y la importancia vital de los terapeutas respiratorios.

Lupita no se consideraba una heroína. Al ser entrevistada, solo dijo:

“No podía dejarlos… ellos apenas empezaban a respirar.”