“El Aliento de la Esperanza”

Sofia acababa de terminar su turno de 8 horas en el Hospital cuando sonó la alarma del código azul. A sus 22 años, era la terapeuta respiratoria más joven del equipo, apenas un año después de su graduación. El reloj marcaba las 2:58 PM, y sus pies le pedían descanso, pero algo en su interior le dijo que debía quedarse.

“¡Código azul, emergencias pediátricas!” resonó por los altavoces.

Sin pensarlo dos veces, Sofi corrió hacia la sala de pediatría. Sus pasos resonaban en los pasillos mientras su mente repasaba cada protocolo aprendido. Al llegar, vio a un niño de aproximadamente 5 años, Santiago, que presentaba un severo broncoespasmo. Sus labios estaban tornándose azules, y su pequeño pecho se movía erráticamente en un intento desesperado por conseguir aire.

“Saturación 82% y bajando”, gritó una enfermera.

Los padres de Santiago, al borde de las lágrimas, observaban impotentes mientras el equipo médico se movilizaba. Sofía notó algo que los demás no habían percibido: el particular sonido sibilante de la respiración del niño le recordó a un caso específico que había estudiado recientemente.

Sin perder un segundo, Sofía preparó el nebulizador con la medicación adecuada mientras hablaba suavemente a Santiago: “Tranquilo, pequeño valiente, respira conmigo”. Sus manos, aunque jóvenes, se movían con la precisión de quien ha practicado este procedimiento cientos de veces.

Colocó la mascarilla mientras mantenía contacto visual con Santiago, quien, asustado, intentaba cooperar. “Vamos a jugar a ser astronautas, ¿vale? Esta es tu máscara espacial”, le dijo con una sonrisa tranquilizadora, logrando que el niño se relajara lo suficiente para que el tratamiento fuera efectivo.

Los minutos siguientes fueron críticos. Sofi monitoreaba cada respiración, cada pequeño cambio en el color de los labios de Santiago. Poco a poco, la saturación comenzó a subir: 85%, 88%, 90%…

“Saturación 95%”, anunció la enfermera con alivio evidente en su voz.

Los hombros de todos se relajaron cuando el color natural regresó al rostro de Santiago. La respiración del pequeño se normalizó gradualmente, y sus ojos, antes llenos de miedo, ahora brillaban con curiosidad mientras miraba a Sofía.

La madre de Santiago, con lágrimas de alivio, abrazó a Sofi. “Gracias, gracias por no haberte ido a casa”, susurró entre sollozos.

El médico de guardia puso una mano en el hombro de Sofía. “Excelente trabajo. Tu rapidez y precisión fueron cruciales”.

Mientras observaba a Santiago, ahora tranquilo y respirando normalmente, Sofía sintió una profunda certeza: este era exactamente el lugar donde debía estar. No importaba su juventud o inexperiencia; había encontrado su vocación.

Esa tarde, mientras regresaba a casa, Sofi sonrió al recordar la mirada de Santiago cuando le dijo adiós con la mano. Sus pies ya no le dolían, y el cansancio había sido reemplazado por una profunda satisfacción. Había elegido quedarse unos minutos más, y esos minutos habían marcado la diferencia entre la vida y la muerte.

En su primer año como terapeuta respiratoria, Sofía aprendió que a veces los ángeles no tienen alas, sino un estetoscopio y la voluntad de quedarse un poco más tarde.



  • La importancia de la rapidez en la atención respiratoria de emergencia
  • El valor de la juventud combinada con el conocimiento y la dedicación
  • La capacidad de mantener la calma en situaciones críticas
  • La importancia de la empatía en el trato con pacientes pediátricos
  • El impacto que puede tener la decisión de “quedarse un momento más”