- Introducción: La máquina que respira con nosotros:
En la película The Wild Robot, una inteligencia artificial llamada Roz sobrevive sola en una isla habitada solo por animales. Al principio es una máquina fría, diseñada para tareas lógicas. Pero con el tiempo, al observar, escuchar y aprender, empieza a entender las emociones de los seres vivos que la rodean. Su programación no cambia —su propósito sí.
En los hospitales, muchos terapeutas respiratorios viven una versión cotidiana de esa historia. Cada día conectan a sus pacientes con ventiladores, máquinas que “respiran” en su lugar, y que muchas veces se vuelven su única voz, su única posibilidad de seguir vivos. Con el tiempo, esos equipos dejan de ser objetos: se convierten en compañeros de lucha. - La paradoja del vínculo con la máquina:
Muchos terapeutas —sin notarlo— humanizan sus ventiladores. Les ponen nombres, los cuidan, los “defienden” ante el mantenimiento técnico, y hasta les asignan personalidades: “El Servo-i es noble, el Hamilton es terco, el Mindray es sensible, el Puritan es elegante.”
Esto no es debilidad emocional; es una manifestación de empatía profesional. En el fondo, no se encariñan con el metal, sino con la vida que ese metal ayuda a sostener. El ventilador se convierte en un puente entre el terapeuta y el paciente: el símbolo tangible de su misión de mantener el aliento humano. - Cuando la IA entra en el circuito
Hoy, los nuevos ventiladores incorporan inteligencia artificial capaz de adaptar los parámetros al esfuerzo del paciente, interpretar patrones respiratorios y emitir alertas “inteligentes”. Algunos incluso aprenden del comportamiento de cada paciente y ajustan su respuesta en tiempo real.
Esto plantea una nueva pregunta ética y emocional: ¿Qué pasa cuando la máquina que respira con nosotros también aprende de nosotros?
Los terapeutas comienzan a sentir que el ventilador ya no solo ejecuta órdenes, sino que coopera, dialoga y anticipa. Esa ilusión de “intención” —similar a la que Roz provoca en los animales— despierta algo profundamente humano: la sensación de que la máquina también cuida. - Empatía funcional vs. empatía humana
Las IA no sienten ternura, pero pueden actuar como si la sintieran. Un ventilador inteligente no ama al paciente, pero puede protegerlo mejor que un modelo anterior. Esa es la empatía funcional: un conjunto de algoritmos que imitan el cuidado para mejorar el resultado clínico. El terapeuta, sin embargo, aporta la empatía humana: la intención, el vínculo, el sentido de propósito.
Cuando ambas empatías se encuentran —la humana y la funcional— ocurre algo extraordinario: la tecnología amplifica la compasión. El respirador ya no sustituye al terapeuta, sino que extiende su capacidad de cuidar. - La enseñanza para nuestra profesión
Roz no tenía corazón, pero aprendió a cuidar. Nosotros sí tenemos corazón, y a veces lo olvidamos entre alarmas y protocolos. La lección es clara: la tecnología con alma no nace de la máquina, sino del profesional que la usa con conciencia.
Así como Roz encontró humanidad en el bosque, el terapeuta respiratorio puede encontrar humanidad en cada ciclo de ventilación, en cada paciente conectado, y en cada suspiro que logra acompañar.
Porque al final, ni la IA ni el ventilador aman al paciente. Es el terapeuta quien ama, y la máquina quien ayuda a que ese amor siga respirando.
Dr. Alberto López Bascope
Fellow – International Council for Respiratory Care (ICRC)
Presidente de CLACPTER
AFTR
